En este país, en el último mes, han pasado tantas cosas y tan rocambolescas que me ha dado por pensar si no seremos los protagonistas de una teleserie que se emite en el resto del mundo para el descojone general,
algo así como el show de Truman, pero en vez de centrarse en la vida de una persona, lo hace en la de un país entero.
De todo este montón de despropósitos me quedo con tres: dos protagonizados por mujeres, la restaura-frescos de Borja y la afloja-calenturas de Los Yébenes. La una de setenta para arriba y la otra de cuarenta (grados centígrados) para abajo. El tercero lo protagoniza una especie de Pancho Villa patrio que allende Despeñaperros se dedica a asaltar mercadonas y a refrescar su magro culo de revolucionario en las piscinas de la nobleza.
Los tres casos tienen los ingredientes de esa España de pandereta de la que no nos libramos ni hartos de vino, por mucho que pasen los años y aumente la convergencia con Europa.
Además, sirven para ilustrar una creencia que tengo desde hace tiempo, la de que en el fondo de cada español late la convicción de que puede ser y hacer lo que le de la real gana, ¿Los conocimientos y la formación? Quiá, eso es de alemanes. Al español le sobra con entrar en contacto con las herramientas necesarias aunque no las haya visto en su vida. Este sentimiento queda resumido en la frase, tan nuestra, “a mí me va a decir este cómo y con qué lo tengo que hacer.”. Así, si a un español le pones un uniforme, sea el que sea, se creerá con poder sobre los demás. Si le das una corbata y le pones frente a un estrado se creerá dotado para la política. Si le pones un casco de obra y le das unos planos se creerá capacitado para construir lo que sea.
De la misma manera, si a una beata ancianita que tiene para sus vecinos el mágico don de pintar cuadros parecidos a la realidad, le das un pincel y la pones frente a un fresco para que lo restaure no habrá nada ni nadie en el mundo que la convenza de que no está capacitada para hacerlo.
Sigo. A la señora de Los Yebenes, sólo ha hecho falta darle un móvil 3G para convertir lo que no eran más que desahogos nocturnos entre cuatro paredes en una nueva entrega de Emmanuel, de la que ella es directora, productora, guionista y protagonistas. Con enorme éxito de crítica y público.
Más. Ponle al alcalde de un pueblo un pañuelo palestino alrededor del cuello, desperdiga entre sus barbas unas migas de pan y unos fideos secos, susúrrale al oído cuatro consignas marxista-leninistas y se creerá capaz de poner de nuevo en pie a la famélica legión.
Otra. Dales a cinco tíos un termómetro para medir la temperatura del vino y se creerán expertos catadores.
Y ve tú a decirle a la viejecita que se necesita una formación especial para acometer tal empresa, formación que solo se consigue tras años de estudio. A ella precisamente, que ha vendido no sé cuantos cuadros.
Y ve tú a decirle a la lozana manchega que en estos tiempos que corren, la intimidad empieza en uno mismo y acaba en youtube. Y que eso no lo cambia el hecho de ser concejala y mucho menos el de ser miembra del partido que se atribuye en exclusiva la defensa de las libertades ciudadanas. Hay que extremar las precauciones, maja. Sobre todo cuando cometemos la torpeza de trasladar esa intimidad a un soporte digital. Sin embargo, a ella le vas a restringir su intimidad. Su intimidad se extiende hasta donde ella quiera. Faltaría más.
Y corre a decirle al de Marinaleda que las revoluciones no se hacen asaltando supermercados y llevándose el foie micuit y el Moet Chandon, que eso, como decía María Antonieta es comer pasteles. Las revoluciones se hacen asaltando graneros y llevándose el trigo para hacer pan. Por no hablar de las barricadas. Qué jodíos estos bolcheviques del estado del bienestar.
Y que venga alguien a decirnos que tener un blog de vinos y saber a qué temperatura hay que tomarlos no nos convierte en expertos. ¡Que venga si tiene narices!
Merlot
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