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jueves, 12 de julio de 2012

El fraude como una de las bellas artes.


   Con el desarrollismo de los años 60 del siglo pasado los españoles, mal que bien, fuimos tirando durante tres décadas más. Nos podía gustar más o menos, generábamos más o menos riqueza,
convergíamos más o menos con Europa, pero qué demonios, era lo que dábamos de si, el reflejo de lo que éramos.
   El vino natural es el resultado de la fermentación del azúcar de las uvas llevado a cabo por las levaduras salvajes presentes en el hollejo. Nos podrá gustar más o menos, podrá agradarnos al paladar más o menos, podrá dejarnos un dolor de cabeza más o menos grande, pero así es el producto que puede obtenerse, es el reflejo de lo que las uvas son.
   Llega un momento en el que para mejorar la calidad tanto de nuestra economía como del vino es necesario introducir  nuevas técnicas  y adoptar medidas originales. Lo que ocurre es que la línea que separa lo natural de lo adulterado es muy delgada de tal forma que si la manipulación es excesiva lo que se comete es un fraude.
   Existe fraude en el vino y tristemente nos damos cuenta de que también lo ha habido en este proceso de unión monetaria protagonista de la mayor sacudida de la economía española desde la llegada del oro y la plata americanos. En ambos, en el vino y en nuestra economía, las técnicas fraudulentas son asombrosamente parecidas:
   Para que aguantaran los viajes en alta mar a los vinos se les añadía destilados de la uva de mayor graduación alcohólica. Este proceso se denomina fortificar. La economía española sufrió durante la primera legislatura de Aznar un proceso similar, con duros ajustes, que permitieron fortalecer la economía española con vistas al largo proceso de convergencia con Europa y así poder entrar en el euro.
   Otra medida fraudulenta es la de añadir agua al vino. Se conoce con el nombre un tanto pijo de humidificación, no sé que de malo hay en el termino aguar, mucho mas campechano e indiscutible. En la economía española esta técnica se conoce con el preciso nombre de “llegada masiva de ahorro alemán, bajada del euribor y subida sonrojante de precios”. Al igual que más agua en el vino permite beber más  para emborracharse, más dinero en el sistema permite endeudarse más para gastar más. En principio esta técnica no nos resultó sospechosa, es más gozamos de sus efluvios hasta atontarnos. Igual que los griegos que creían de barbaros no aguar el vino, a nosotros nos pareció “demodé”  no disfrutar del crédito fácil y barato.
   El fraude en el etiquetado se produce cuando se falsifican etiquetas de vinos caros y se pegan en botellas que contienen vinos más baratos. Nuestra economía  fue victima de esta técnica  por partida doble: por un lado,  y de la noche a la mañana pasamos a tener  la misma moneda que los alemanes. La madre que nos parió. Ahí estábamos los españoles, sacando de la cartera los mismos billetes que los franceses. Chssss, camarero, esta la pago yo! Por otro lado,  las agencias de calificación, ni cortas ni perezosas, y en un claro ejemplo de dejación de funciones, nos etiquetaron como país solvente al mismo nivel que  Alemania, santificándonos en el altar de los mercados.
   La mezcla de vinos procedentes de uvas de distintas Denominaciones de Origen también se considera un fraude. A estas alturas de la película, tras varios cortes y recortes, caemos en la cuenta de lo perjudicial que ha sido esta medida para nuestra economía. No ya porque al unir nuestra moneda y por tanto nuestra política económica a la de alemanes y franceses corríamos el riesgo, como así ha sido, de convertirnos en  cola del león, sino que al fundirnos con griegos, chipriotas, portugueses, nos trocamos en cabeza de ratón, es decir y si se me permite la expresión, el mejor peor de la clase.
   Por último, una de las formas mas peligrosas de fraude consisten en la adición de sustancias peligrosas al vino tales como plomo y metanol con el fin de hacerlos mas dulces y alcohólicos. También se ha utilizado esta técnica manipuladora en nuestra economía con el fin de hacérnosla más digerible, para ello se han añadido ingentes cantidades de una sustancia absolutamente prohibida por las más elementales normas de convivencia: mentiras, mentiras y más mentiras.


                                                                                                         Merlot.


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