Reunidos los caballeros en torno a la mesa (cuadrada) y pronunciados los solemnes juramentos a los que estamos comprometidos, dejamos a un lado las trivialidades cotidianas, el trabajo rutinario,
las charlas anodinas con compañeros y el mal disimulado interés por sus asuntos y nos disponemos a disfrutar de un par de horitas con nuestros buenos amigos los vinos.
Para esta ocasión hemos seleccionado tres vinos: un priorat y dos riojas. Con el primero intentamos seguir por el camino abierto en la anterior cata, vinos de otras denominaciones de origen y elaborados con otras variedades mientras que con los otros dos buscamos sabores ya memorizados con los que contrastar el priorat, es decir, queremos que nos sirvan de referencia.
Disponemos sobre la mesa -hasta casi no dejar hueco para el vino- un gigantesco plato, similar a una paleta de pintor, con distintos quesos, algunas finas lonchas de chorizo ibérico y algo mas que no recuerdo, platos con pan, colines, tenedores, cuchillos en fin lo imprescindible para, una vez mas, llevar a buen puerto nuestra empresa.
Tiene un bonito color granate oscuro como las ciruelas. En nariz nos asaltan aromas minerales, frescos y yodados (como a Betadine). La mezcla es algo nuevo, original. Lo habitual es que las sensaciones de paz y tranquilidad nos lleguen al final de la tercera botella, sin embargo, varios de nosotros sentimos esas emociones mientras olíamos este vino, ni siquiera lo habíamos probado. Curioso. Apreciamos frutos muy maduros y maderas que fueron apareciendo poco a poco.
En boca, notamos un pequeño chisporroteo en los dientes. Al pasar la lengua por ellos parecía que la frotabas contra pequeños granos de arena. Todos a la vez gritamos: esmerilar. Efectivamente, parecía como si puliéramos los dientes con la lengua. Esta sensación ya la habíamos notado en otros vinos pero hasta esta noche no supimos definirla con exactitud. Va directamente al glosario de amalauva.
El tránsito por el resto de la boca nos pareció sedoso, con garbo, no muy ácido, y con tendencia a quedarse en la boca largo tiempo.
Un buen vino. Destacar su alta graduacion alcoholica, 15º, pese a lo cual no notamos desequilibrio alguno.
Nuestro amigo Robert Parker le dio 86 puntos.
El corcho olía a antiguo baúl cerrado, de esos que había en todas las casas de las abuelas y que nos encantaba desordenar de pequeños.
De un color muy parecido al anterior, compartía con este aromas a frutas muy maduras, parece que las estas pisando en el suelo. Ciertas notas a vainilla, algo fresco como hierbabuena o menta. Un conjunto bastante agradable. En la boca, el plantel de sensaciones tipicas de un rioja, agradable, amable, bien conjuntado, no había nada que destacara por encima del resto. Vamos que no había un 9 en punta como referencia. Un final muy grato, de aplausos puestos en pie.
Mientras bebíamos este vino iniciamos una conversación muy interesante sobre como las circunstancias que rodean el momento en que se bebe un vino influyen en su valoración por encima de criterios objetivos. Un vino que te parece magnifico siempre que lo tomas acompañado de la misma persona y en el mismo lugar no te resulta tan bueno cuando cambias de compañía y de sitio. Una muestra mas de la grandeza del vino.
El color era diferente al Azabache, menos rojo, un poco más apagado.
Podría decir, que en este punto me distrajo la conversación que manteníamos acerca de la existencia de Dios y por eso no puede seguir tomando notas. La verdad es más prosaica: un segundo plato de chorizo ibérico servido a traición hizo que me desentendiera de mi cometido. Lo siento, no hay nada más en los papelitos. Podría buscar en internet la nota de cata, cortarla y pegarla, pero estaría traicionado el espíritu de amalauva. Y para traidor ya tenemos bastante con el chorizo.
Merlot
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