La semana pasada, el pueblo de Madrid volvió a levantarse en armas para hacer frente al invasor, esta vez de allende los mares (alguna vez tendrían que venir de allí para hacérnoslas pagar todas juntas) y, gallardo él, recogió un olvidado luminoso publicitario y cual bandera hecha jirones la enarboló por esas barricadas de nuestro tiempo que son las redes sociales.
Me estoy refiriendo a la polémica suscitada por la presunta negativa de Apple a mantener el rótulo de Tío Pepe sobre el edificio que albergará su nueva tienda en la Puerta del Sol. Desde amalauva no podíamos dejar pasar más tiempo sin dar nuestra opinión pues, en esencia, es el vino, en este caso el vino fino, el que está implicado.
Cumpliendo con uno de los requisitos del ser español el enfrentamiento dialéctico tuvo lugar desde la indignación y el orgullo herido y como siempre echando un órdago a la grande desde el principio.El argumento mas repetido a favor del luminoso en cuestión era que se trataba de un icono cultural, que formaba parte de nuestra identidad y que por tanto debía mantenerse en su lugar por encima de todo. En torno a esta idea comenzó a organizarse una defensa numantina que pasados unos días y faltando cada vez mas el alimento intelectual degeneró en argumentos a cual mas tonto.
A mi, sinceramente todo esto me pareció fuera de lugar. Urgían algunas aclaraciones.
Hace poco más de doscientos años y en el mismo escenario, la Puerta del Sol, los madrileños se lanzaron contra la guardia de mamelucos de Murat con la misma saña con la que se han lanzado contra la manzanita de Apple. El suceso quedó inmortalizado por Goya en uno de sus cuadros. Ese cuadro, señores míos, sí es un icono cultural y por supuesto, forma parte inseparable de nuestra identidad.
El rótulo de Tío Pepe, aunque sugerente y evocador, no es más que un icono publicitario ochenta años más viejo que la manzanita, puesto ahí con la misma finalidad que persiguen los del Valle del Silicio, vender más. La omnipresencia de la publicidad en nuestro tiempo no debe conducirnos al error de considerar sus creaciones como símbolos culturales. Los publicistas, pretenciosos por naturaleza, intentan sublimar sus ocurrencias para así desligarlas de su mundano fin que no es otro que el de servir de reflectante anzuelo. Las opiniones a nivel de calle, fiel reflejo de la maquinaria publicitaria, no han dudado ni un momento en suscribir el mensaje que vía redes sociales (otro engendro con fines publicitarios) ha prendido como la pólvora.
Si en todo este asunto hay algo a lo que podamos calificar como bien cultural o capaz de construir una identidad cultural ese es el vino fino, o si se quiere el fino y la manzanilla, en general los vinos de Jerez. Para ello no hace falta monigotito. Es a través del proceso de elaboración a lo largo de los siglos, de sus rituales, de su relación con la música, la literatura, de la fijación de intereses y gustos comunes cómo el vino vierte su influencia en los hombres. Y viceversa, es la manera de aprovechar la tierra, el sol, la fuerza y el trabajo cómo el hombre interviene en el vino. Así, poco a poco, en torno al vino surgen manifestaciones que forman parte de la cultura de los pueblos.
Así que no confundamos la parte con el todo y centremos la pelea exclusivamente en los aspectos estéticos y comerciales dejando al margen los culturales que afortunadamente están a salvo. Como también está a salvo (afortunada o desafortunadamente) todo aquello que Apple representa, que también es cultura. Otra cosa es que la disputa se planteara en términos de choque cultural: el vino fino contra los ultrabooks. En ese caso, que los de Apple sigan haciendo los ordenadores cada vez más finos que así será más fácil utilizarlos como posavasos para las copitas de fino.
Merlot
En el cartel la botellita lleva una guitarra en la mano, pues que le pongan un ePad y solucionado ¿no se lleva tanto la fusión de culturas?
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