Es hora de poner negro sobre blanco (si hay que utilizar un tópico mejor que sea al principio) algo que venimos notando y comentando en las últimas catas. ¿No se parecen demasiado unos vinos a otros?, ¿no son demasiado uniformes en cuanto al sabor? Si el vino es fruto de una labor íntimamente ligada al clima, al terreno, a la variedad del producto, en suma, a la naturaleza y a sus caprichos, ¿no debería presentarse esa influencia en cada añada?
Recuerdo, cuando era pequeño, oír decir a mi abuelo que ese año en concreto el vino del pueblo de al lado era mejor que el nuestro, o que el que le habían traído unos parientes de otro pueblo superaba al de nuestra zona, pero todos estos comentarios se ceñían al fruto de ese año en particular. Al año siguiente podían variar y de hecho variaban. La explicación a esto es evidente y es precisamente esa evidencia la que estamos pasando por alto en la actualidad. Ni la tierra de mi pueblo era igual a la de al lado, ni la variedad de uva era la misma, y por tanto respondía de forma diferente en función de la climatología, ni las técnicas, tanto de cultivo como de recogida eran iguales. Y estoy hablando de pueblos que distaban no mas de unas decenas de kilómetros, asi que imaginemos lo que ocurre cuando comparamos regiones que pertenecen a zonas climáticas completamente distintas.
Se está sacrificando la individualidad del vino, el que cada vino de cada zona sepa de manera diferente, en aras de una uniformidad, creo que impuesta por el mercado, que garantice una especie de sabor válido universalmente, con características que sean común denominador a todos los hombres. Porque, ¿os habéis dado cuenta de que no hay vinos malos? ¿De que en todos al final, se encuentra algo positivo que reseñar? Sin embargo, me gustaría que de vez cuando apareciera un vino que tuviera alguna característica que por su novedad nos resultara difícil de digerir.
Estoy reivindicando la manera romántica de entender el vino. Romántico no en el sentido ñoño del término, sino en el que alude a la naturaleza y a la tierra como creadores del vino. No nos olvidemos de lo que estamos bebiendo. No se trata de un refresco elaborado mediante una fórmula que aunque secreta es invariable.
Supongo que los entendidos en vino no tendrán ninguna dificultad en refutar lo que digo. Es más, seguro que estoy equivocado y mi confusión se debe a que la presencia creciente de quesos y chacinas en las catas edulcora nuestro paladar y lo hace impermeable a nuevos sabores. Sin embargo, estaría dispuesto a comprobarlo sometiendo a algún entendido a una cata a ciegas con vinos (de mi elección, claro) de diferentes regiones y ver si era capaz de diferenciarlos.
Con todo y al margen de lo dicho es de agradecer la labor de los enólogos que con sus conocimientos y sus continuos desvelos nos procuran (algunas veces) una experiencia sensitiva como hay pocas.
Merlot
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