Como seguro recordareis, en la cata de la semana pasada probamos un vino de Calatayud elaborado íntegramente con garnacha. Creo que a todos nos dejó buenas sensaciones.
Pensando en el buen momento que atraviesa esta variedad en la actualidad y en las vicisitudes que le han llevado hasta aquí, encontré un curioso paralelismo con la historia desarrollada en la obra de Oscar Wilde "La importancia de llamarse Ernesto". En ella, el protagonista, Juan, que lleva una vida plácida en el campo se inventa un alter ego al que llama Ernesto, hermano suyo, que vive en la ciudad y al que dice visitar cuando desea escapar del campo y pasarlo bien en la gran urbe. Juan, en el campo, es un hombre serio y que debe dar buen ejemplo a la comunidad, pero en la ciudad, Ernesto es un libertino y un juerguista.
Pensando en el buen momento que atraviesa esta variedad en la actualidad y en las vicisitudes que le han llevado hasta aquí, encontré un curioso paralelismo con la historia desarrollada en la obra de Oscar Wilde "La importancia de llamarse Ernesto". En ella, el protagonista, Juan, que lleva una vida plácida en el campo se inventa un alter ego al que llama Ernesto, hermano suyo, que vive en la ciudad y al que dice visitar cuando desea escapar del campo y pasarlo bien en la gran urbe. Juan, en el campo, es un hombre serio y que debe dar buen ejemplo a la comunidad, pero en la ciudad, Ernesto es un libertino y un juerguista.
A la garnacha, durante las últimas décadas, le ha pasado algo parecido a lo que le sucede a Juan. Llevaba una vida anodina y descuidada en los campos del sur de Aragón. Languidecía sin mucho futuro, eso si, sin sobresaltos, vendimiada después del Pilar (muy tarde) daba vinos de hasta 19 grados. Los intentos por adecentarse siempre dentro de los cánones que marcaba la tradición, demasiada madurez y presencia de los tostados del roble no funcionaban bien pues le anulaban los aromas florales, el frescor y la facilidad de beberla, en decir, la jovialidad, las ganas de divertirse.
Lo que los vecinos ignoraban es que la garnacha llevaba una doble vida. Una vida triunfante y desenfrenada en un lugar alejadísimo llamado Estados Unidos, donde se conocía como garnache (pronúnciese garnash, terminada en una s larga parecida a como suena en la palabra "susurro").
El reconocimiento y éxito social de esta "garnache" se debía al carácter menos adusto, mucho más amable, de los vinos que daba. Vinos con más fruta, alejados de las maderas, mucho más bebibles y golosos, sin olvidar, eso sí, el terruño de donde procedía, conservando la potencia alcohólica que vuelve locas a las yanquis.
Quien revela al mundo el potencial de la garnacha, su posible doble vida, es el gurú del vino Robert Parker quien no tuvo ningún inconveniente en abandonar a su queridisima Cabernet Sauvignon y sustituirla por la Garnacha. Gracias a esto, la garnacha se ha hecho famosa y marca tendencia en todo el mundo. Bueno, en todo el mundo no. Como decian los antiguos "nadie es profeta en su patria."
Aqui en España, la "nueva" garnacha, la garnacha parkeriana, la fresca y vivaz, creo que no ha obtenido el reconocimiento alcanzado en otros lugares y eso a pesar de los muchos esfuerzos que se han hecho desde las denominaciones de origen correspondientes. Creo saber porqué y lo diré con orgullo. Tiene mucho que ver con el carácter de un pueblo al que, históricamente, no le ha gustado nada que vinieran a husmear en sus cosas. De un pueblo conocedor de una sabiduría antiquísima presente a través de la tradición fuera de la cual nada mas importa. De un pueblo más preocupado de conocer su historia que de entenderla, más interesado en revivir los acontecimientos históricos que de saber cuando ocurrieron realmente. A este pueblo, que somos todos nosotros, los que no podemos ser otra cosa, no le gusta que le descubran nada porque en el fondo de su alma, le gustan las cosas como han sido siempre. Y olé.
Merlot
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