Resulta paradójico el empeño que ponen nuestros políticos en expresar correctamente aquello que no quieren decir. Eligen las palabras con mucho cuidado y con un único objetivo: ocultar el verdadero discurso.
Esta práctica está tan incrustada en la política que ya ni siquiera nos escandaliza aunque, en consecuencia, nos retrate como borregos. En mi modesta opinión la culpa de todo esto la tienen los periodistas que son los primeros en recibir estas andanadas semánticas y a quienes concierne devolverlas en forma de afilados interrogantes. Observo que ocurre todo lo contrario, el periodista acepta e incorpora en su crónica este maná semántico caído del cielo justificándolo con más palabrería. Tras este proceso, lo que nos llega a los lectores (prefiero este término que requiere preparación y esfuerzo al de elector o ciudadano) es un retorcido batiburrillo que en muchos casos linda con la estupidez y en otros muchos con la ofensa.
Ilustraré este proceso con un ejemplo: la ayuda a los bancos españoles que el gobierno se ha visto obligado a pedir a la UE. La urgencia, la cuantía del mismo, los esfuerzos diplomáticos hablan de la gravedad del asunto. ¿Es inconsciente definir la situación como desesperada? Yo creo que no. ¿Es acertado equiparar la situación de la banca a un naufragio? Yo creo que si. ¿Puede, por consiguiente, utilizarse la palabra rescate para describir la acción encaminada a paliar la situación? Sin ningún género de dudas. Este es el proceso natural que sigue cualquier hijo de vecino para describir una situación. No nos engañemos, los políticos, en cuanto seres humanos, (acepto discrepancias) proceden de la misma manera. La diferencia llega a la hora de expresarlo: mientras Fulanito utiliza las palabras para expresar lo que piensa, el político, mediante un proceso de sustitución y anulación de palabras elabora un discurso que expresa lo contrario de lo que piensa. Ahora es el turno de los periodistas que lejos de interpelar con aceradas preguntas a los políticos se tragan el mensaje. Justificarlo supone enredarse en matices lo que conlleva la elección de nuevos términos y una nueva vuelta de tuerca a la realidad. Entre ambos crean una realidad distinta y más favorable. Todo esto da como resultado una situación análoga a la del chiste del borracho que busca las llaves de casa debajo de una farola no porque se le hayan caído allí sino por que es ahí donde hay más luz.
Al final la realidad, que es una dama terca y obstinada, termina por imponerse y retrata a estos personajillos como lo que son: lastimosos tahúres de las palabras.
Frente a estos aficionados emerge la temible figura del político sistemático, burócrata, mecánico, que no se conforma con tergiversar la realidad sino que la diseca, extrae el jugo y deja solo la piel. Estos taxidermistas de la realidad, (de los que Cospedal es el más claro representante) actúan con la meticulosidad de un relojero, despojando las frases (y con ello la realidad que describen) de artificios innecesarios. Sus primeras víctimas son los adjetivos, utilizan muy pocos, sumiendo el mensaje en una atmósfera gris y amenazante. Lo siguiente son los verbos, en su mayoría intransitivos, odian los complementos directos, su mensaje debe autorreferirse en un bucle infinito que atrape a todo aquel que quiera desentrañarlo. Envuelven el discurso en un opiáceo tono de voz que te convierte en una alcachofa. No sigo porque me voy a hacer caca en los pantalones.
(NOTA: Acabo de darme cuenta de lo mucho que se parece esta manera de expresarse a las notas de cata que acompañan a los vinos. Se produce también un proceso sintetizador que ha condensado en unos pocos adjetivos todo un mundo de sensaciones. La ausencia de verbos es notoria cuando debería primar, no en vano estamos ante algo que evoluciona, que cambia, que se mueve. En fin, espero y deseo que las formas de la Cospedal no contaminen el discurso del vino, ya de por si mermado.)
De todo lo dicho se deduce que los políticos tienen una enorme confianza en el lenguaje, creen poder transformar la realidad al mismo tiempo que la nombran. Rescate, nación, aborto, crisis, hombre de paz, chicos de la gasolina, significan lo que ellos quieren que signifique. No tendría la menor importancia si estuvieran elaborando un diccionario. Daria igual que asociaran arbitrariamente las palabras con los significados. Sin embargo, los políticos, no sólo usan el lenguaje con fines creativos como los escritores o filósofos sino que, y aquí esta lo peligroso, se sienten obligados a poner en practica sus hallazgos conceptuales. No se si los gobernados somos conscientes de la naturaleza del poder que cada cuatro años otorgamos a estos tipejos. No es ese poder que asociamos con el dinero, el prestigio, la admiración, el sexo, que va, se trata de uno más aterrador, aquel que les permite transformar nuestro mundo a través de sus ocurrencias.
Se dice que tienes mas de la mitad de un problema resuelto cuando has identificado y definido correctamente los términos del mismo .Esta claro que los políticos son incapaces de hacerlo, primero porque no aceptan la realidad y su significado si no ha sido previamente sometida a una redefinición ideológica y segundo porque aunque las soluciones sean ideológicamente aceptables siempre habrán de someterse a intereses partidistas.
Volviendo al principio, yo prefiero que los políticos expresen incorrectamente lo que verdaderamente quieren decir, al menos, supone buena voluntad por su parte, y desde ahí, juntos, podemos encarar y resolver los problemas. (¿Se puede ser mas ingenuo?)
Merlot
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