No me equivoco si digo que lo ocurrido ayer por la noche marcará un antes y un después en en la -esperemos - larga trayectoria del grupo. Y es que ayer mantuvimos nuestro primer diálogo sincero con el vino, de tú a tú, sin intermediarios ni ideas preestablecidas. Ayer fuimos capaces de crear un lenguaje nuevo, un idioma propio con el que comunicarnos con el vino. En realidad dimos los primeros pasos, pero fueron esperanzadores.
La importancia de esto es enorme. Significa que hemos encontrado la manera de aproximarnos al vino con herramientas nuevas. En la base de este método está, lógicamente , el lenguaje, en esto no nos diferenciamos del método tradicional pero mientras que este último lo utiliza de una manera intensamente descriptiva hasta casi agotarlo nosotros lo utilizamos de una manera plástica, eligiendo cada palabra por su sonoridad, por la celeridad que transmite, el ajetreo o la belleza de la palabra en si. Pero no surge al azar. La palabra justa aparece después de enfrentar cada una de las sensaciones que el vino nos produce. Este es el momento cumbre.
Describiré este proceso dialéctico dentro del grupo como uno de los momentos mas intensos que hemos vivido en el Peter. Comienza desde el mismo instante en que se descorcha la botella y se huele el corcho. Brotan las primeras palabras. Suelen ser apresuradas, estamos deseando catar el vino. Una vez servido en la copa comienza de verdad la conversación. El vino se introduce dentro de cada uno y mantiene un dialogo íntimo. Después fluye hacia afuera en forma de palabras -la mayoría de las veces- o imágenes. Hasta aquí todo transcurre como con el método tradicional. Es a partir de ahora cuando aplicamos nuestro método. Lanzamos esas palabras o imágenes unas contra otras. Elegimos una en un primer momento que parece que describe bien lo que queremos decir, pero inmediatamente la sustituimos por otra que une, al significado adecuado, la sonoridad, pero luego llega otra más que le aporta movimiento o mayor encanto. El proceso se detiene cuando se agota la conversación con el vino, cuando ya no aporta más o no podemos encontrar una palabra mejor.
Cuando hablemos de la cata de ayer desde un punto de vista práctico se entenderá mejor. No obstante voy a adelantarme y poner dos ejemplos que ilustran perfectamente el método y los resultados obtenidos:
Para describir el paso por la lengua de uno de los vinos catados ayer habíamos empleado unas cuantas palabras que sin embargo no acertaban plenamente con la sensación que nos provocaba. Podríamos haber utilizado el léxico tradicional: paso de boca aterciopelado, sedoso, aspero, pero entendíamos que con ninguna de ellas conseguiriamos establecer un dialogo sincero con el vino. Las imágenes, los adjetivos seguían brotando, unos se deslizaban, otros sonaban ruidosos, otros se atascaban así hasta que Tinto hizo el gran descubrimiento: zigzagear. Eso y no otra cosa era lo que el vino nos quería decir. El vino fluía por la boca, pero como un hilillo, sin cubrirla del todo, iba de un lado a otro, tampoco raspaba, podía ser sedoso pero esta palabra no aportaba nada en cuanto a la sensación de movimiento. Zigzagear era perfecto.
El segundo ejemplo lo constituye la descripción de lo que el método tradicional llama lágrima del vino. Al servir el vino, agitarlo y ponerlo al trasluz comprobamos que en la superficie interior del cristal quedaban adheridos unas motitas de líquido, como minúsculos cristales. La luz incidía en ellos al mismo tiempo que la glicerina descendía por el cristal imprimiendo ese efecto tan característico. Podríamos haber zanjado esa experiencia visual utilizando un adjetivo clásico para describirlo. Pero fuimos mas allá, desencadenamos nuestro proceso dialéctico hasta que Tempranillo dio con lo que para mi fue uno de los hallazgos mas valiosos de la noche: llamó a todo aquel proceso que se estaba desarrollando ante nosotros Aurora Boreal. Toma ya poesía.
Me doy cuenta en este momento de que tal vez estemos dando una impresión equivocada. Solo somos cinco tíos que nos reunimos por la noche en un bar cerrado, con iluminación tenue o incluso sin iluminación en algunas zonas, abrimos unas botellas de vino y charlamos de nuestras cosas. Joder, lo estoy empeorando. Lo simplificaré recurriendo al discurso heterosexual: todos estamos felizmente casados.
Sigamos.
Nuestro método, el método Amalauva, nos abre un amplísimo campo de experimentación que estamos impacientes por recorrer. Este campo esta repleto de momentos felices -en torno al vino, claro- como el de ayer. De esto se trataba cuando ayer hablaba en la entrada Carta Fundacional (I) de consagrar nuestra actividad a la búsqueda de la felicidad -repito, en torno al vino-. Ahora disponemos de un estilo propio que nos facilitará la labor.
Por último, una reflexión: ¿Se puede ganar dinero con esto?
Merlot
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