Los expertos financieros y los economistas más renombrados se basan en indicadores complejos para afirmar si se está o no en crisis, si se entra en recesión o si se ven atisbos de salida (brotes verdes, sí). Todo esto con argumentos irrefutables…
… para ellos.
Estos indicadores muestran los comportamientos de las sociedades y justifican su evolución durante todo el proceso, con mayor o menor objetividad, con mayor o menor sesgo…
… y generalmente, fallan. Eso sí, todos aciertan a posteriori. Da gusto ver la cantidad de profesionales del post-análisis que hay. ¡Qué alivio poder justificar por qué nos van las cosas como nos van!
La prima de riesgo, el PIB, el IPC, el paro, la venta de automóviles, la balanza comercial, suelen ser utilizados comúnmente; todos estamos familiarizados con ellos y sabemos, o creemos saber, que si suben o bajan pueden indicar una mejora o un empeoramiento en unos casos y lo contrario en otros. Incluso, llegamos a entender por qué cuando unos indicadores suben, otros bajan.
Pero no es tan fácil. Cuando lo que parece lógico no se cumple, los expertos empiezan a amontonar indicadores más complejos, combinados y formulados con múltiples parámetros pueden dar la vuelta a hipótesis (a priori) o a conclusiones (a posteriori, el favorito de los expertos) sacadas de una inadecuada interpretación de los indicadores más simples.
Así, tenemos que combinar con la inversión en bienes de equipo, los precios del petróleo, la evolución del IBEX y los mercados internacionales, el índice de confianza de consumo en los EEUU, y mi favorito: la evolución de los warrants en commodities agrícolas (¡Madre mía, cómo está bajando el trigo rojo! ¡Vende, vende y compra soja a 3 años!),…
¡¡¡Joder, qué pereza!!! Esto tiene que ser más simple. Y lo es.
A ver, busquemos indicadores más sencillos, que cualquiera pueda interpretar. Lo mejor cuando uno pretende hacer un análisis de la situación es gravitar sobre unos pocos elementos y sacar conclusiones simples y fiables.
Seleccionamos estos tres: los abanicos, el vino y los cuchillos de cocina.
Los abanicos son un indicador perfecto para determinar si un país está en crisis, si se trata de un ciclo corto, medio o largo y en qué fase nos encontramos.
El abanico es un indicador tan válido como pueden ser los barriguitas, los dedales, los cochecitos clásicos o las boñigas del mundo. A todos estos ítems, les une una misma característica: son sujetos del coleccionismo.
Cada septiembre, históricamente, nuestros quioscos se llenaban de colecciones que el quiosquero ya no sabía cómo colocar sin invadir la acera sin poner en peligro la integridad física de los viandantes.
Bien. En estas épocas de bonanza, el número de colecciones era tan variado como podamos imaginar, algunas colecciones se sacaban sabiendo que sólo venderían un primer fascículo con un primer modelo de avión, o con el pastillero con rubíes… falsos.
Los más, seguían esa pauta. Pero era rentable para la editorial. Unos cuantos, continuaban unos meses y conseguían encuadernar un tomo y juntarse con unos cuantos objetos más o menos curiosos. Los menos, conseguían llenar la casa de abanicos y un estante completo de vistosos tomos de colores que jamás leerían. Eran los años de bienestar.
El comienzo de la crisis vació los quioscos de blisters de cartón al mismo ritmo que adelgazaban las páginas salmón de los periódicos. Una oferta de trabajo menguante, el incremento del paro a ritmos frenéticos. Los pocos ejemplares que se compraban eran los del lanzamiento y sólo para aquellos clientes más nostálgicos. Comprábamos el Seat 600, pero el siguiente, el R12 se quedaba cogiendo polvo en los almacenes de Planeta - de Agostini.
Entrábamos en recesión. ¿Para qué iba querer alguien un abanico reproducción del siglo XVII? Los anuncios de septiembre desaparecieron de las televisiones. Los abanicos siguen sin venderse, la recesión continúa. Podemos decir que estamos en ciclo medio de crisis (5 – 7 años)
El vino es otro indicador primordial. En épocas de bienestar, las páginas web y los anuncios de los periódicos ofrecen hacerse socio de prestigiosos clubes de entendidos y disfrutar por una suscripción mensual de excelentes caldos a unos precios ¿razonables?
En tiempos de crisis las suscripciones a estos clubes decaen, las ventas decrecen y se ven gentes por las calles con bricks de vino blanco en procesión desde el Mercadona hacia ninguna parte.
Los que aún pueden ir a un restaurante disfrutan del vino que antes pagaban a un precio desorbitado, ahora pueden acceder a ese mismo vino a un precio decente. Es la crisis.
La recesión deja pocas oportunidades de tener un buen vino, por ello, algunos periódicos de tirada nacional como El País, ofrecen a sus lectores rellenar una cartilla para obtener algunas botellas de buenos vinos a un precio casi ridículo. Las catas de vinos tan de moda hace pocos años, ya no son tan frecuentes. Sólo cierta inercia y el intento de la Hostelería de mayor nivel por bandear la crisis, las ofrece como valor añadido dentro de atractivos paquetes a sus clientes.
Hay un último indicador que a diferencia de los otros dos sólo se explica en épocas de crisis y de recesión: el cuchillo. De un tiempo a esta parte grandes periódicos y grandes superficies se han puesto de acuerdo en ofrece colecciones de cuchillos. Primero fue la cartilla de puntos de Carrefour, al poco tiempo el cupon de El Mundo los domingos. En ambos casos había que aportar una cantidad de dinero adicional, pero el precio final era competitivo. Ese cuchillo chef de hoja de 32 cm por sólo 3,99€… ¡Una ganga!. Es la crisis.
Pero hace un poco, el mismo medio que ofrecía Rioja del bueno a precio barato, ha dado una vuelta de tuerca más: Cuatro cuchillos gratis. Es la recesión, nuevamente.
Como podemos ver, con estos tres indicadores nos basta para saber cómo estamos. Estamos jodidos
¿Y ahora qué? Sin poder encender el aire acondicionado por miedo a arruinarnos gracias la tarifa eléctrica, sin poder tirar del abanico que ya no pudimos comprar el pasado otoño, quizás apaguemos nuestra sed con la última botella de Rioja y nos hagamos el hara – kiri con el cuchillo jamonero…
… O quizás no y las calles se llenen de gente con la vena del cuello hinchada; Trinchador en la mano izquierda, santoku en la derecha y chuletero en la boca, con la mirada perdida y una sola idea, una sola, retumbando en su abollada mente: ¡Lo vais a pagar caro!
Graciano
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