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jueves, 8 de noviembre de 2012

Pedos y nacionalismos.


   Esto cada vez se parece más a un episodio de Juego de Tronos, ya sabéis, esa serie que transcurre en un mundo ficticio en el que los diferentes reyes estan enfrascados en una lucha constante por mantenerse en el trono a la vez
que intentan apoderarse de las tierras de sus vecinos. Hay  referencias a la magia, a legendarias criaturas del pasado y a interminables linajes míticos de los que descienden los actuales soberanos. No muy diferente es el guion de la actualidad patria con los nacionalistas catalanes por un lado con un discurso inaceptable no ya por esta pobre España sino por esa Europa en la que tanto nos costó entrar. Con la  Casa Real Vasca que ya ha mandado forjar la corona y llevar  las alfombras rojas al tinte. Ilustres nobles gallegos harán sonar, más pronto que tarde, milenarias gaitas, despertando al Apóstol Santiago de su dulce retiro para que les guíe sin demora hacia las fértiles tierras de la Independencia. La insigne estirpe de los Omeyas resurgirá de nuevo y sentará en el trono cordobés a un nuevo califa, luz y estandarte del nuevo Al-Ándalus.

   Dios mio, y yo con estos pelos.

   En realidad, casi cualquier pueblecito de esta piel de toro podría tirar de chequera histórica y construirse un episodio nacional, con sus héroes, sus batallas, sus mártires e incluso si tiene suficiente imaginación, su propia lengua. Será por enemigos, porque eso sí, para la construcción de una identidad nacional hace falta un enemigo, y gordo, un lobo feroz que se coma a los niños. Y nosotros lo tuvimos: los moros. Asturias, el reino de León, el condado de Castilla, Navarra, el condado de Galicia, el de Barcelona, se erigieron  y afianzaron frente a ellos. Lo mismo pasó con  los condados de Sobrarbe, Ribagorza, Aragón, Portugal. Para ser justos hay que reconocer que del otro lado, el de los moros, también hubo conatos de construcción de identidades nacionales, ahí están los Banu Qasi en el valle medio del Ebro, el irredento Umar ibn Hafsun y sus mozárabes en Bobastro, algunas Taifas y como no el reino nazarí de Granada. Si tuviera un poco más de tiempo crearía para ustedes aquí mismo, en vivo y en directo, toda una nación, la toledana, depositaria de la herencia visigoda, nunca sometida al cien por cien por los árabes, refugio de mozárabes y sus ritos, transmisor de una cultura dicha en latín pero escrita con grafía árabe, con sus héroes, sus santos y sus mártires, batallas ganadas  por el arrojo de sus gentes o perdidas por los engaños de sus enemigos. Yo soy de Toledo. ¿Debo sentirme agraviado porque no se me reconoce ese hecho diferenciador?

    Supongo que si uno no tiene nada en el mundo de lo que pueda enorgullecerse, o simplemente es así de imbécil, lo único que le queda es vanagloriarse de la nación a la que pertenece por azar, más o menos como esas modelos engreídas que no se dan cuenta de que sus medidas perfectas son puro accidente.

   Qué pena de país. Las guerras por ver qué Dios era el mejor construyeron las mal llamadas nacionalidades. Ahora que somos muy guais y nos hemos desecho de Dios, sustituimos el fanatismo religioso por la pasión nacionalista, el caso es no parar de darnos mamporros.

   Siempre me ha gustado esta frase: “Mi patria es mi infancia”. Cada vez estoy más de acuerdo. Sin embargo, para la charlotada que estamos viviendo últimamente, considero mas adecuada esta otra del gran escritor y periodista catalán Josep Pla:

        “El nacionalismo es como un pedo, sólo le gusta al que se lo tira.”

                                                                                                                   Merlot

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