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martes, 24 de abril de 2012

Curso de Vinosofía (I)



Platón. Detalle de La escuela de Atenas. Rafael
Sorprende comprobar la escasa atención que filósofos y pensadores, salvo honrosas excepciones, han dedicado al vino y a las valiosas experiencias cognoscitivas que aporta.
Sinceramente pienso que lo consideraron  una herramienta más adecuada para aquellos que quisieran entenderles que como instrumento con el que profundizar en el porqué de las cosas. Bien pensado, deberíamos agradecérselo. ¿Se imaginan al farragoso Heidegger con una copita de más?

No obstante, el que no haya referencias explícitas al vino en las obras de los filósofos no significa que no podamos imaginar como encajaría el vino en esos sistemas o, dicho de otro modo, cuál sería el lugar que ocuparía el vino si el mundo respondiera con exactitud a esos modelos.

Podríamos empezar con Platón para el que el mundo real no era más que una copia inexacta de otro mundo en el que residirían los moldes perfectos. El vino que tomamos, no importa cual, resultaría ser una copia defectuosa de uno perfecto que estaría fuera de nuestro alcance. Un cabroncete este Platón, ¿no creéis?  Aunque reconforta pensar que ni siquiera los más ricos podrían probarlo.

Afortunadamente, su discípulo, Aristóteles trae de vuelta las ideas perfectas a nuestro mundo imperfecto. El vino pasa a ser algo real, compuesto de materia, las uvas,  y forma, las características que cada tipo le aporta. Además, un crianza lo es en acto, pero en potencia puede ser un reserva  y este, en potencia, puede convertirse en un gran reserva y este en un vinagre buenísimo para aliñar ensaladas. Como veis, una descripción que encaja perfectamente.

De los cínicos, con Diógenes a la cabeza, es mejor no hablar. Despreciaban el placer,  así que imaginaos  lo que pensaban del vino.

Por el contrario, los epicúreos creían que el verdadero placer consistía en la ausencia de dolor en el cuerpo. Por tanto, nada como el vino, que aplaca los dolores, para alcanzar el ideal epicúreo. Chapeau!

Con Seneca y los estoicos se jode todo de nuevo. El conocimiento del bien y del mal, el sentido de pecado y culpa, la dimensión moral del hombre son ideas que casan bastante mal con el vino. Vamos, ni rebajado con agua.

El Cristianismo, con pensadores de la talla de San Agustín y Sto. Tomás de Aquino, devuelve el vino al lugar que se merece (quizá se pasan un poco) convirtiéndolo en la sangre de Cristo. No especifica la calidad del vino. Es de suponer que  basta con la bendición de un cura  para que el vino, no importa cual, se sublime y alcance la perfección como corresponde a un líquido que fluye por el cuerpo del hijo de un Dios.

La irrupción del Renacimiento alumbra  una concepción del mundo y del hombre completamente nueva. Se redescubre a los filósofos de la Grecia y Roma clásicas y se coloca al hombre en el centro del universo. Es cierto que Erasmo, Tomas Moro, Luis Vives, predican cierta contención de los sentidos y una actitud más piadosa, malo para el vino, pero no es menos cierto que el renacer de la cultura clásica, de mitos como Afrodita, Apolo, las ninfas, Pan, Dionisios  despiertan en el hombre los apetitos de la carne y ya se sabe, con la carne lo mejor es un buen vino, a ser posible tinto.  (Continuará)

Merlot

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